jueves, 5 de abril de 2012

LA CORTESIA Y LAS BUENAS MANERAS


 “Ahora sabemos leer y escribir, pero nos comunicamos peor, se ha perdido la magia de las formas, la palabra no viene envuelta en papel de regalo”

Una de las primeras enseñanzas (y tal vez de las más importantes) que recibimos desde pequeños es la de la socialización. Tenemos que aprender a vivir y convivir con los demás y esto implica cumplir  una serie de normas morales y educativas  que incluyen la puesta en práctica de códigos que no siempre están escritos. Estas normas  valen por el simple hecho de que se ratifican en la vida diaria, en la cotidianidad, sin necesidad de largos discursos, elucubraciones  o disquisiciones teóricas. Un ejemplo de esto es lo que se ha dado en llamar “buenos modales”, un repertorio de gestos, actitudes y comportamientos que deben ser observados si realmente queremos formar parte de la sociedad sin estridencias. En síntesis: debemos procurar ser bien educados en cada situación que enfrentamos en nuestro diario vivir: el savoir-vivre de los franceses.
La buena educación es un quehacer que mejora extraordinariamente el curso de la vida. No hace falta ser ni obsequioso ni demasiado cortés para reflejar el buen uso de nuestra educación, sólo tener en cuenta los diferentes estados del otro, puesto que portarse con educación significa marcar los vínculos entre personas sin olvidar o ignorar al prójimo.
Las actitudes corteses son testimonio de la consideración, respeto y aprecio por los otros lo que no significa ubicarse en una situación de inferioridad con respecto a los demás. A cualquier edad el trato cortés facilita la convivencia y las buenas relaciones entre todas las personas.
La buena educación enseña, por ejemplo, a dar las gracias y a acusar recibo, a ser puntuales y respetuosos, reconociendo que la otra parte nos importa  y que no descuidamos el valor de sus sentimientos, su presencia, sus necesidades, en fin, de ser tenido en cuenta. De ese modo se demuestra que nuestro interlocutor cuenta o pesa en nuestro interior y consecuentemente le concedemos importancia por el simple hecho de existir. De existir a través de nuestro respeto o, lo que sería lo mismo, a través de nuestra atención.
Sin embargo, en nuestros tiempos hay cosas simples, pero extremadamente importantes, que se han olvidado: dirigirse a los demás con consideración, dar las gracias, pedir disculpas, etc. Posiblemente esto tiene una  misma causa: un notable complejo de inferioridad. Parece que si se considera a nuestro interlocutor, si se "dan" las gracias o se piden disculpas por una falta se queda uno sin lo poco que tiene. Las personas nobles, de carácter (que no es sinónimo de “mal” carácter), "educadas", y de valía no tienen el menor inconveniente en ser agradecidos, algo propio de los bien nacidos.
Existen textos que recogen las buenas costumbres pero no son una lectura urgente en nuestro tiempo ya que nuestro propio entorno (padres, colegas, amigos…) nos está diciendo qué es lo que debemos hacer para comportarnos conforme a esta nueva realidad plagada de vulgaridad y desconsideración.
"Con un lenguaje tan puro, un refinamiento tan grande en nuestros vestidos, costumbres tan cultivadas, y leyes tan bellas, somos bárbaros para algunos pueblos", decía La Bruyére para referirse a la sociedad francesa del siglo XVII, sin embargo, si eliminamos lo de “para algunos pueblos” creo que la frase define perfectamente el tiempo que estamos viviendo. Al salir a la calle y contemplar el espectáculo de nuestro comportamiento nadie pondría en duda que “somos bárbaros”.
Alfonso Ussía en su "Tratado de las buenas maneras" afirma que “la peor plaga que padece hoy la humanidad es la de la grosería”. Esta sentencia la ratificamos todos los que nos movemos en diferentes círculos, analizando los comportamientos que definen la personalidad del individuo de hoy, ese saber estar tan necesario en este país que cada día está más enfermo de mala educación. Hoy en día todo se vale, eso es ser “cool”, actual, hacer lo que la moda impone o lo que me da la gana (“a mi nadie me mantiene”).  Lo que cuenta es llamar la atención a toda costa. Y eso sólo se logra exhibiendo en todo lo que hacemos un vulgar desprecio por las buenas maneras.
El ciudadano “normal”, como es mi caso, siente que no hay forma de hacer valer sus derechos ante estos individuos que han tomado por asalto nuestra sociedad. El desconcierto se reafirma en el desprecio a las formas del que alardean, en la falta de respeto a la figura de la autoridad en todas sus variantes, a los principios si es que los tienen, signo inequívoco una vez más de una educación y una moral  que están por los suelos.
A veces me pregunto qué se puede esperar de una generación que disfruta al máximo de canciones cuya letra es “muu  ah po son vaca”, “pe pe por ahí viene pepe”, “que diablo e, que diablo e lo que tiene el denbow”, y así muchas mas. Y si a la forma de bailarlo vamos es todo un monumento a la peor vulgaridad. Por eso vemos entierros en los que el muerto va cargado de pistolas, el cortejo bebiendo y cantando canciones alusivas a la cotidianidad de estos grupos, lo que nos quieren vender como “música urbana”.
Me reafirmo en mi postura sobre que el respeto a los demás, las formas y la educación no podrán erradicarse, por mucho que se empeñen los miembros de la actual generación, pues son partes esenciales de la convivencia en armonía. Los buenos modales se aprenden desde los primeros pasos y balbuceos, obedeciendo la carencia actual de los mismos a un falso concepto de libertad y de modernidad.
Y esto, señores, sólo se logra en la casa. No tiene nada que ver con el 4%.