“Ahora sabemos leer y escribir, pero nos comunicamos peor, se ha
perdido la magia de las formas, la palabra no viene envuelta en papel de regalo”
Una de
las primeras enseñanzas (y tal vez de las más importantes) que recibimos desde
pequeños es la de la socialización. Tenemos que aprender a vivir y convivir con
los demás y esto implica cumplir una
serie de normas morales y educativas que
incluyen la puesta en práctica de códigos que no siempre están escritos. Estas
normas valen por el simple hecho de que se
ratifican en la vida diaria, en la cotidianidad, sin necesidad de largos
discursos, elucubraciones o
disquisiciones teóricas. Un ejemplo de esto es lo que se ha dado en llamar
“buenos modales”, un repertorio de gestos, actitudes y comportamientos que
deben ser observados si realmente queremos formar parte de la sociedad sin
estridencias. En síntesis: debemos procurar ser bien educados en cada situación
que enfrentamos en nuestro diario vivir: el savoir-vivre
de los franceses.
La buena
educación es un quehacer que mejora extraordinariamente el curso de la vida. No
hace falta ser ni obsequioso ni demasiado cortés para reflejar el buen uso de
nuestra educación, sólo tener en cuenta los diferentes estados del otro, puesto
que portarse con educación significa marcar los vínculos entre personas sin
olvidar o ignorar al prójimo.
Las actitudes
corteses son testimonio de la consideración, respeto y aprecio por los otros lo
que no significa ubicarse en una situación de inferioridad con respecto a los demás. A cualquier edad el trato cortés facilita la convivencia y las
buenas relaciones entre todas las personas.
La buena
educación enseña, por ejemplo, a dar las gracias y a acusar recibo, a ser
puntuales y respetuosos, reconociendo que la otra parte nos importa y que no descuidamos el valor de sus
sentimientos, su presencia, sus necesidades, en fin, de ser tenido en cuenta.
De ese modo se demuestra que nuestro interlocutor cuenta o pesa en nuestro
interior y consecuentemente le concedemos importancia por el simple hecho de
existir. De existir a través de nuestro respeto o, lo que sería lo mismo, a
través de nuestra atención.
Sin
embargo, en nuestros tiempos hay cosas simples, pero extremadamente
importantes, que se han olvidado: dirigirse a los demás con consideración, dar
las gracias, pedir disculpas, etc. Posiblemente esto tiene una misma causa: un notable complejo de
inferioridad. Parece que si se considera a nuestro interlocutor, si se "dan"
las gracias o se piden disculpas por una falta se queda uno sin lo poco que
tiene. Las personas nobles, de carácter (que no es sinónimo de “mal” carácter),
"educadas", y de valía no tienen el menor inconveniente en ser
agradecidos, algo propio de los bien nacidos.
Existen
textos que recogen las buenas costumbres pero no son una lectura urgente en nuestro
tiempo ya que nuestro propio entorno (padres, colegas, amigos…) nos está
diciendo qué es lo que debemos hacer para comportarnos conforme a esta nueva
realidad plagada de vulgaridad y desconsideración.
"Con un lenguaje tan puro, un refinamiento tan
grande en nuestros vestidos, costumbres tan cultivadas, y leyes tan bellas,
somos bárbaros para algunos pueblos", decía La
Bruyére para referirse a la sociedad francesa del siglo XVII, sin embargo, si
eliminamos lo de “para algunos pueblos” creo que la frase define perfectamente
el tiempo que estamos viviendo. Al salir a la calle y contemplar el espectáculo
de nuestro comportamiento nadie pondría en duda que “somos bárbaros”.
Alfonso
Ussía en su "Tratado de las buenas maneras" afirma que “la peor plaga que padece hoy la humanidad
es la de la grosería”. Esta sentencia la ratificamos todos los que nos
movemos en diferentes círculos, analizando los comportamientos que definen la
personalidad del individuo de hoy, ese saber estar tan necesario en este país que
cada día está más enfermo de mala educación. Hoy en día todo se vale, eso es
ser “cool”, actual, hacer lo que la moda impone o lo que me da la gana (“a mi
nadie me mantiene”). Lo que cuenta es llamar
la atención a toda costa. Y eso sólo se logra exhibiendo en todo lo que hacemos
un vulgar desprecio por las buenas maneras.
El ciudadano
“normal”, como es mi caso, siente que no hay forma de hacer valer sus derechos
ante estos individuos que han tomado por asalto nuestra sociedad. El
desconcierto se reafirma en el desprecio a las formas del que alardean, en la
falta de respeto a la figura de la autoridad en todas sus variantes, a los
principios si es que los tienen, signo inequívoco una vez más de una educación
y una moral que están por los suelos.
A veces
me pregunto qué se puede esperar de una generación que disfruta al máximo de
canciones cuya letra es “muu ah po son
vaca”, “pe pe por ahí viene pepe”, “que diablo e, que diablo e lo que tiene el
denbow”, y así muchas mas. Y si a la forma de bailarlo vamos es todo un
monumento a la peor vulgaridad. Por eso vemos entierros en los que el muerto va
cargado de pistolas, el cortejo bebiendo y cantando canciones alusivas a la
cotidianidad de estos grupos, lo que nos quieren vender como “música urbana”.
Me
reafirmo en mi postura sobre que el respeto a los demás, las formas y la
educación no podrán erradicarse, por mucho que se empeñen los miembros de la
actual generación, pues son partes esenciales de la convivencia en armonía. Los
buenos modales se aprenden desde los primeros pasos y balbuceos, obedeciendo la
carencia actual de los mismos a un falso concepto de libertad y de modernidad.
Y esto,
señores, sólo se logra en la casa. No tiene nada que ver con el 4%.