II
El primer día del año 1959 el mundo no solo estrenaba un nuevo año. Ese
día marcó el inicio del primer gobierno revolucionario en América (América la
de todos que los del norte sienten que sólo hay una).
En todas las pantallas televisoras del orbe (vía
satélite porque en aquel momento no había cable) se pudieron ver las imágenes
de lo que entendíamos como las dos caras de la moneda que vivíamos: la huida de
Fulgencio Batista de Cuba y la entrada triunfal del ejército revolucionario a
la emblemática ciudad de la Habana. O lo que para los latinoamericanos era lo
mismo: las imágenes de la opresión y la
libertad.
Para la intelectualidad “progresista” de la época este
hecho constituía a la vez el epilogo de un período histórico que dejábamos atrás y el prologo del mundo nuevo hacia el
que la rueda de la historia nos impelía irremediablemente. Pero lo más
importante era que este hecho parecía darle la razón a los que sostenían las
tesis de que “el motor de la historia es la lucha de clases”, que la “religión
es el opio de los pueblos” y que el “imperialismo es la fase superior del
capitalismo”. En síntesis: el marxismo había triunfado.
A partir de este momento se sacralizó en los círculos
intelectuales todo lo que oliera a marxismo y se satanizó el capitalismo.
Aquellos que no comulgaban con las nuevas ideas pasaron a ser, en el mejor de
los casos, reaccionarios (había otros motes como “cavernarios”) mientras que
sus propulsores eran considerados vanguardistas.
Mientras esto sucedía en las elites del pensamiento,
en aquella generación de postguerra ávida de cambiar el mundo que se había
refugiado en guetos, que enarbolaba las consignas de paz y amor, que soñaba su
futuro tras las brumas del LSD, que había inaugurado la cultura unisex y que en
poco tiempo descubriría la píldora anticonceptiva y crearía la minifalda,
empezó a generarse un espacio dentro del mundo real a través de este cambio de
paradigmas.
La cultura hippie gradualmente empezó a asimilar y a
asimilarse en aquella corriente avasallante que adivinaba el porvenir en bolas
de cristal rojas sostenidas sobre hoces y martillos y en los que el contrario
se reducía a rectángulos de barras y
estrellas que empezaron a ser quemados en cualquier calle de lo que
eufemísticamente se empezó a conocer como Tercer Mundo.
Empezaron a migrar las ideas desde la literatura hacia
la música porque la nueva Verdad era entendida más fácilmente sobre notas
musicales que sobre páginas confusas por estos nuevos jóvenes que irrumpían en
el mundo como si el nuevo fuera este y no ellos. Los nuevos profetas deliraban
desde Chelsea hasta Haight Ashbury mientras el nuevo Quijote ataba a Rocinante
a las palmeras de la Habana.
América Latina para este momento era un continente más
de nombres que de países. Si parafraseamos a Carlyle podríamos decir que
nuestra historia se reducía a las biografías de los Gómez, Rosas, Rojas
Pinilla, Pérez Jiménez, Perón, Somoza, Stroessner y en nuestro caso muy
particular la de Trujillo. Todos ellos dictadores y todos los pueblos que
representaban sometidos a sus férreas voluntades.
Para nuestros pueblos, sojuzgados por todas estas
tiranías, lo que estaba pasando en Cuba era la respuesta a todas sus ansias
contenidas de libertad y de justicia. Y, obviamente, sus protagonistas pasaron
a ser los héroes de la generación emergente en la década del sesenta.
Y entonces sucedió que la rueda de la historia empezó
a sepultar dictaduras y a parir democracias. Pero no creas que estos partos fueron
fáciles.
Como bien sabes en el
año 1961 con la muerte de
Trujillo, luego de 31 años de férrea dictadura, se inicia nuestra vida
democrática. Los cuatro años que van desde el ’61 hasta el ’65 fueron bastante
convulsos con un intermedio de siete meses en los que gobernó Juan Bosch (del
’62 al ’63).
Bosch fue derrocado
por un golpe de estado militar en septiembre del ’63 y después de varios
ensayos de gobierno, en el año ’65 se inició una revuelta popular pidiendo su
retorno al poder. Esta revuelta se generalizó y adquirió tintes de revolución.
Pero fue una revolución que nunca se escribiría con mayúsculas ya que sólo
cubrió cinco calles de la Zona Colonial.
Y es, llegados a este punto, como nos encontramos con
los aviones que iniciaron este relato. Pues bien, lo que había sucedido en la
mañana de ese sábado y que yo por mi edad no estaba en capacidad de comprender,
era precisamente el inicio de aquella revuelta. Una parte de la población de la
ciudad capital y unos cuantos militares se
habían sublevado pidiendo el retorno de Bosch y los partidos políticos de
oposición llamaron a una insurrección nacional.
Justo en ese momento yo me encontraba con un amigo en
la esquina de mi calle comprando unos chocolates a un vendedor ambulante cuando
escuchamos que nos llamaban a gritos desde la casa. Nos lanzamos a correr y uno
de los aviones nos disparó una ráfaga de ametralladora que nos siguió toda el
camino.
A partir de aquel
instante los rumores se adueñaron de nuestras vidas. El trasiego de información cobró tal intensidad
que sólo se vivía para comentar con los vecinos lo último que se había sabido
de “allá adentro” (como pasó a llamarse la Zona Colonial), y fue entonces, al llegar la noche, cuando
las ráfagas de ametralladoras se adueñaron del espacio.
Comenzaba la Revolución del ´65.