jueves, 9 de abril de 2020

Borges y la lectura

No he encontrado todavía una descripción más vívida de la afición a leer de una persona que la que cuenta Alberto Manguel en su Historia de la lectura, acerca de cómo se manifestaba esta en Jorge Luis Borges.
Cito al autor, a quien le ocurrió la siguiente anécdota a los dieciséis años, cuando trabajaba en Pygmalion, una de las tres librerías angloalemanas de la Buenos Aires de 1964:

"Cierta tarde entró en la librería Jorge Luis Borges, acompañado por su madre, de ochenta y ocho años. Borges ya era famoso, pero yo sólo había leído algunos, pocos, de sus poemas y relatos, y no sentía una admiración incondicional por su obra. Borges estaba ya casi completamente ciego, pero se negaba a usar bastón, y pasaba la mano por los estantes como si pudiera ver los títulos con los dedos. Buscaba libros que le ayudaran a estudiar anglosajón, su pasión del momento, y habíamos encargado para él el diccionario de Skeat y una edición anotada de La batalla de Maldon. La madre de Borges se impacientó: "¡Ah, Georgie!", dijo. "¡No sé por qué perdés el tiempo con el anglosajón en lugar de estudiar algo útil como el latín o el griego!". Finalmente Borges se volvió y me pidió varios libros. Encontré algunos y tomé nota de los demás; y cuando ya se disponía a marcharse, me preguntó si estaba ocupado por las noches, ya que necesitaba (lo explicó excusándose mucho) alguien que le leyera, puesto que su madre se cansaba enseguida. Le dije que estaba libre.
Durante los dos años siguientes leí para Borges, como lo hicieron otros muchos conocidos casuales y afortunados, por las noches o, si mis clases lo permitían, por las mañanas…"

Las líneas transcritas muestran casi una desesperación en Borges por encontrar alguien que le lea. Y no es que no tuviera a nadie quien le hiciera ese favor, sino que simplemente una sola persona no podía darse abasto para satisfacer su enorme voracidad lectora.
Las líneas que siguen muestran cómo degustaba el oído de Borges las lecturas que le hacían y cómo estas se convertían en una experiencia enriquecedora para él y para su lector de turno:

"En aquella salita, […] le leí a Kipling, a Stevenson, a Henry James, diferentes artículos de la enciclopedia alemana Brockhaus, versos de Marino, de Enrique Banchs, de Heine (aunque estos últimos se los sabía de memoria, de manera que, cuando no había hecho más que iniciar mi lectura, su voz vacilante me sustituía y seguía recitando; la vacilación afectaba sólo a la cadencia, pero no a las palabras mismas, que recordaba a la perfección). Muchos de aquellos autores yo no los había leído antes, de manera que el ritual era bastante curioso. Yo descubría un texto leyéndolo en voz alta, mientras Borges, por su parte, utilizaba los oídos como otros lectores utilizan los ojos para recorrer la página en busca de una palabra, de una frase, de un párrafo que confirme lo que recuerdan. Mientras leía, él me interrumpía a veces para hacer un comentario sobre el texto, con el fin (creo yo) de tomar nota mentalmente"...

No hay comentarios:

Publicar un comentario